E
l j a r d í n h u e c o
J
u a n j o D í a z T u b e r t
«Con
su abstención reflejaremos su alma...»
Enigmático eslogan. El show
había comenzado.
El nano-intruso
Un
virus, quizá de origen sintético, encontró acomodo en las
nanopartículas de fibra óptica. Un día, no se sabe muy bien por
qué, empezó atacar. El ingrávido organismo saltó desde las
pantallitas planas de los ordenadores y, por instinto, entró en las
pupilas de las víctimas para, después, ocasionar psicopatías
autistas de diversos grados. Se inició una plaga silenciosa: el
nanovirus, bautizado con las siglas OUT 0101, se emancipó y, a
partir de aquellos días, las cosas tomaron un matiz cada vez más
extravagante, extraño y patético.
En cuanto a las psicopatías que provocó, se barajaron innumerables
teorías: alzheimer leve, lentitud mental, quizás una especie de
síndrome de Down ligth o grados de psicopatías autistas
considerables, ¿quién puede saberlo?
En la alta política se fue cociendo un disparate de consecuencias
imprevisibles. Por culpa del virus, los funcionarios del Ministerio
de Justicia, al transcribir la ley electoral, cometieron errores que
cambiaron absolutamente su sentido: las normas podían admitir (según
se interpretase) a un partido que representara la abstención en la
cámara del congreso. La cosa fue un cúmulo de incompetencias y
despropósitos que desembocaron en una crisis gubernamental que se
fue extendiendo hasta que llegaron las elecciones.
Un documental de un canal temático de televisión trató de informar
del origen de ese partido «apolítico» que, casualmente, había
aprovechado el vacío técnico de esa ley. En la rueda de prensa
había unos señores vestidos de blanco inmaculado, llevaban gafas y
tenían pinta de tecnócratas (casi parecían curas). Una voz en off
muy sugestiva introducía la primera rueda de prensa.
El pasado 1.º de enero, un grupo político nebuloso apareció en
escena, la rueda de prensa fue diáfana, tan clara que nos destelló,
yo aún veo luces.
¿Quiénes son ustedes?
Guimaraes, mi nombre es Guimaraes.
Oio Oio.
Han Acompañado.
Ana Libélula, mi nombre es Ana Libélula.
Alí.
Hubo
un discreto silencio y, tímidamente, el periodista volvió a repetir
la pregunta, esta vez con más precisión.
Perdón si no me he expresado bien, mi pregunta iba dirigida a la
intención: ¿qué son?
Somos el Partido Blanco.
Al
ratito (porque la vida se iba volviendo así, más lenta, con más
silencios) otro periodista preguntó.
¿Y qué pretenden hacer con el Partido Blanco?
Nada.
Pretendemos ganar las elecciones sin hacer campañas, sin hacer
discursos, sin estridencias.
Somos representantes de la abstención, recuérdelo.
Nuestra actuación será desde la nada.
¿Y cómo lo harán?
Con la ley.
La
voz en off continuó en su tono evocador.
Inevitablemente, como en todos los años bisiestos ha habido
elecciones, los candidatos trataron de impedir el aumento de la
abstención ofreciendo cuentos... Y ya saben qué ocurrió.
¿Cómo gobernarán?
No creo que gobernemos.
Pero ustedes han logrado la mayoría absoluta.
Sí, pero moralmente no podemos gobernar.
¿Y qué harán el primer día en el Parlamento?
Pues muy sencillo, saludaré, subiré al hemiciclo y me quedaré
en silencio durante todo mi turno.
El
locutor del informativo estatal habló a la audiencia en un tono casi
pedagógico.
Es la breve historia, clara como la leche, de que los tiempos
cambian; ahora, en unas milésimas de segundo (diría yo que
excitantes), cambiará todo. No nos conocerá ni la madre que nos
parió. Adelante, querida.
Su
apreciada compañera relató los acontecimientos desde el interior
del hemiciclo.
Como ven, no ocurre nada, ahora parece que Alí, el representante
del Partido Blanco, se levanta de su escaño y... ¿hablará?
Educadamente,
Alí caminó hacia el estrado, subió las escaleras lentamente,
llegó, saludó a los políticos y se quedó en silencio mirando a un
lugar impreciso con cara de iluminado.
Paquetería trekkie
La
empresa de paquetería trekkie ya existía antes que el
enigmático organismo...
El accionista mayoritario de Next Generation Tour Express había
visto la luz, su macroempresa de paquetería urgente estaba
organizada como si se tratara de una recreación de la serie Star
Trek, los sufridos trabajadores y colaboradores debían ir
vestidos con trajes elásticos, como en la serie, y en los
departamentos de Logística y de Tráfico habían paneles con botones
de colores y hologramas que no servían para nada.
A esa hora de la mañana, en la división Sureste del nivel C-3311,
los mensajeros Next seguían los acontecimientos políticos. El
silencio era cósmico. Uno de los operadores recibió un aviso de la
«Enterprise».
Código C, procedente de la Enterprise en protocolo Y. Recibido,
buenos días.
El
operador observó con cara clínica a las víctimas ―su mirada era
estrábica―, uno de los mensajeros le miró sonriente.
―Tú.
El operador era un señor obeso, a punto de jubilarse, al cual el
uniforme elástico le quedaba esperpéntico. El azar escogió al
mensajero 0099-YT.
―Debes ir a Tarragona y recoger la nevera de la UAB, que deberás
conectar a tu nave. Es importante que llegue entes del mediodía,
antes de que el astro ilumine el símbolo de la confederación.
―Entendido.
Los dos se saludaron con la mano derecha abierta y los dedos anular y
corazón separados ―como en la serie.
―Suerte y efectividad.
―Gracias.
El
mensajero circuló por la radial de pago y en casi una hora recogió
la nevera y la llevó a la UAB. Allí, al abrirla, se dieron cuenta
de que estaba vacía. El subalterno le miró con cara de esquizoide.
―También me han dado esto para usted ―dijo el mensajero.
―Esta caja debía de ir dentro ―le respondió el subalterno.
El mensajero no supo cómo codificar el error, se quedó bloqueado,
inexpresivo, con cara de póquer y una sonrisita histérica.
―Tenga.
―La cajita debía ir dentro.
―Tenga.
―Ya no sirve para nada.
―Cójala por favor.
―Debía estar congelada.
En el centro de operaciones recibieron la noticia codificada como «un
error grave». En el canal de control se oyeron gritos histéricos de
mandos intermedios. El mensajero, muy agobiado, apagó el aparato y
volvió a la base. En once minutos entró de nuevo en la división
Sureste.
Aún
había silencio, todos miraban las pantallitas de plasma y la
actitud, muda, del ganador de las elecciones.
El grupo de mensajeros (que aún estaban sentados) empezaron a
expresar sus opiniones.
―La nada.
Esa conjugación le llamó la atención, de inmediato se convirtió
en espectador de lo que hablaban.
―El silencio es importante, creo.
―Yo, ahora, les escucharé.
Continuaron unos minutos concentrados en la pantalla inmensa. Al
ratito, el mismo operador de antes (el de la vista mal) recibió una
llamada de la mismísima base. Le buscó con su visión panorámica y
le señaló, esta vez con más precisión.
―Tú.
―Yo.
―Sí, ¿eres el 0099-YT?
―Sí.
―Debes ir a la matriz y allí hablar con el amo. Te deseo suerte.
―Gracias.
Se saludaron con los dedos anular y corazón.
Fue hacia la matriz circulando a una velocidad elevada por las
radiales de la excitante ciudad de Barcelona. Una vez en el edificio
futurista, pretencioso y hortera, le acompañaron a unas duchas
laterales, de las cuales salía una fina cortina de agua, y le dieron
instrucciones de entrar sin quitarse la ropa (se hacía por
cuestiones ambientales, decían). Después, empapado como de una fina
lluvia, le dijeron que esperara en la sala circular...